Pocas sensaciones para un atleta resultan tan gratificantes como volver a reencontrarse con registros que ya creía perdidos. Tras un oscuro 2016 marcado por la lesión y su consiguiente pérdida de forma, recuperar aquel 1:34 obtenido en Getafe 2015 como mejor marca personal en medio maratón, y ya en el umbral de los 50 años, es todo un estímulo para seguir peleando y aprendiendo. #eaglespeople
No encuentro suficientes palabras de agradecimiento para quien viene siendo, en los últimos meses, mi mentor en esta evolución personal: Luis del Águila. Nuevamente recibiré su rapapolvos (y con toda razón) por salir excesivamente rápido, sin seguir su consejo de trabajar previamente las «fibras lentas», aunque las sensaciones iniciales sí parecían ser ésas. Por delante queda aún mucho trabajo para, más que mejorar marca, corregir esos vicios que llevamos arrastrando durante años como corredor popular y optimizar toda nuestra biomecánica para que funcione como un reloj suizo. En alguna imagen se puede apreciar ya la «zancada fea», sentada, que ejecuto en los últimos Kms, fruto de la descompensación muscular. Sigamos trabajando, pues.
A diferencia de ediciones anteriores, la climatología no es que acompañase especialmente. Puede que el excesivo grado de humedad a priori resultase refrescante, pero fisiológicamente se traduce en una mayor deshidratación y pérdida de electrolitos, que en nada ayuda al corredor.
Tuvimos la inmensa fortuna de compartir prácticamente todo el trayecto con José Alberto Ortega, cuyo nivel y objetivos de carrera eran similares a los de quien escribe estas líneas. A su vez, él venía acompañado por dos amigos suyos que se movían en un peldaño superior de potencia, «tirando» de nosotros. Un servidor está acostumbrado a competir físicamente en solitario para evitar el estrés añadido de mantenerse a la altura de esfuerzo de un acompañante; y decimos «físicamente» porque, eso sí, en lo psicológico siempre nos sentimos arropados por otros compañeros o familiares que están ahí, pendientes de nuestra lucha.
Pero en esta ocasión, la labor de equipo fructificó para todos en un resultado tremendamente satisfactorio. Posiblemente salimos a un ritmo más vivo del que debiéramos, aunque a decir verdad, los primeros 10 kms, a una media de 4:25, fluían con relativa facilidad, hasta el punto de poder hablar entre nosotros de vez en cuando. Fue a partir del 12 cuando comenzamos a notar los primeros síntomas de fatiga, contrarrestados al poco tiempo con un gel glucosado Weider que tomamos a mitad de recorrido, aportando un pequeño, pero efectivo subidón energético.
Desconcertante la actuación de nuestra «liebre», que con su globo de 1:35 nos iba dejando irremisiblemente atrás en los últimos 6 Kms, aventajándonos fácilmente en unos 700 metros. Esto nos hacía asumir a José Alberto y a mí que nuestra previsible marca se iría más allá de los 1:36, aunque no fue así, por suerte. Ciertamente, esos Kms fueron los más duros porque el cuerpo ya acusaba el castigo al que estaba siendo sometido, y la musculatura no respondía tan eficientemente. Una vez descolgados de los dos compañeros que nos precedían, el trabajo era enteramente nuestro, y sólo de nosotros dependía el poder mantenernos en torno a los 4:25 – 4:30 por Km.
Esos últimos tramos discurren por el centro de la localidad, y el aliento del público se dejaba sentir, muy al contrario del ambiente percibido en la primera mitad, entre desiertas rotondas y descampados del extrarradio. La hija de mi compañero surgió de entre los lugareños para recorrer junto a nosotros unos metros, aportando un nuevo empujón psicológico. Para ir compensando las sensaciones de desgaste que hacían mella, íbamos prodigándonos en sucesivos comentarios de ánimo: «A por el 18». «¡Vamos, máquina, que ya es nuestro!». «Ahí seguimos, a 4:28». «¡Dale, Jose, dale!». Ejecuté los dos últimos prácticamente a remolque suyo, como cuando un ciclista se protege del viento con su compañero, y ya sólo una imagen era la que proyectaba en mi mente: la de entrar juntos, con los brazos en alto, tal cual sucedió minutos después. De no ser por esta alianza deportiva, posiblemente en solitario hubiéramos obtenido ambos un registro más modesto; al menos yo, sin lugar a dudas.
A pocos metros de la meta y con la vista fija en el los números del contador digital, escuché mi nombre entre el público; durante fracciones de segundo pude ver a Cristina Aguado, animando allí hasta el final. Su pareja, Manu-Gacela de Justicia, había acudido a la cita para correr junto a Manuel Fernández Esteban.
Para sorpresa nuestra, detuvimos el crono en 1:34:44. Entre risas y abrazos, rubricamos un trabajo bien hecho, como atestiguan las imágenes. Cracks de la talla de Esteban Sánchez Jiménez, Javier López Villarrubia (como siempre, inalcanzables), Gacela de Lista, Gacela de Béjar, María Caballero, Er Abuelo Caracol o Felipe Pérez se unieron también a esta fiesta del deporte.
Saludos, máquinas.
Pronad. Supinad. Pero ante todo, ¡¡corred!!